El gran dilema energético: los países prometen descarbonizar, pero siguen quemando más combustibles fósiles
A pesar de los compromisos climáticos y la caída de los costos de las energías limpias, las principales potencias del mundo amplían su dependencia del carbón, el petróleo y el gas. ¿Por qué el planeta sigue atrapado en el fuego fósil que intenta apagar?

El mundo corre hacia la transición energética con el freno de mano puesto. Aunque los paneles solares y las turbinas eólicas nunca fueron tan accesibles, los combustibles fósiles siguen alimentando gran parte del planeta. El resultado es una paradoja tan evidente como incómoda: los gobiernos prometen descarbonizar sus economías, pero al mismo tiempo aumentan la extracción y el consumo de carbón, petróleo y gas.
Para entender este dilema hay que mirar hacia los gigantes energéticos del mapa: Estados Unidos, China, Europa y Brasil. Cada uno enfrenta presiones distintas: seguridad energética, desarrollo económico, estabilidad política. Aun así, todos comparten un mismo desafío: reducir emisiones sin apagar la luz.
Estados Unidos: el regreso del carbón
Desde enero de 2025, el gobierno de Donald Trump revivió el viejo lema “perforá, nena, perforá”, que ahora mutó en un más ambicioso “miná, nena, miná”. Con abundantes reservas y una industria petrolera poderosa, el país está abriendo 13 millones de acres de tierras federales a la minería de carbón.
La administración también prometió 625 millones de dólares para intentar hacer competitivo un combustible que parecía en retirada. Entre las medidas se incluyen rebajas de regalías a las mineras y extensión de la vida útil de las centrales eléctricas a carbón.
Pero este impulso tiene efectos colaterales. Las comunidades cercanas a las centrales quedan atadas a un modelo de energía sucio y costoso en salud: la contaminación del carbón se asocia a miles de muertes prematuras por enfermedades respiratorias y cardíacas.

Mientras tanto, la Casa Blanca recorta la inversión en investigación energética, debilitando su papel en la carrera global de las tecnologías limpias. El presupuesto propuesto para 2026 reduce los fondos de I+D en más del 40 %, a niveles no vistos desde los años ochenta. En esa retirada, China avanza a paso firme.
China: líder en energía limpia, pero adicta al carbón
El gigante asiático se convirtió en el mayor productor mundial de paneles solares, turbinas eólicas y baterías. Sus subsidios estatales y capacidad industrial transformaron las energías limpias en una opción más barata y accesible para países emergentes como Brasil o Sudáfrica.
Gracias a esa expansión, la Agencia Internacional de Energía proyecta que la capacidad global de energía renovable se duplicará para 2030. Sin embargo, China no logra desprenderse del carbón: solo en el primer semestre de 2025 encendió 21 gigavatios de nuevas centrales, y se espera que el año cierre con más de 80 GW, el mayor aumento en una década.
El país promete reducir su uso entre 2026 y 2030, pero la creciente demanda interna complica ese objetivo. La paradoja es clara: lidera la revolución verde mientras alimenta su economía con el combustible más contaminante.
Europa: entre la transición y la geopolítica
La guerra en Ucrania reconfiguró el mapa energético europeo. Tras la invasión rusa, la Unión Europea decidió cortar las importaciones de combustibles fósiles rusos antes de 2027, dentro del plan REPowerEU. La iniciativa apunta a reforzar la seguridad energética y acelerar las renovables, que ya son la principal fuente eléctrica del bloque.
Sin embargo, el gas y el petróleo todavía representan más de la mitad del suministro total de energía. Y las tensiones internas complican el camino: Hungría y Eslovaquia rechazan el plan por temor a un impacto económico. Viktor Orbán llegó a advertir que su PBI caería un 4 % si corta el suministro ruso.
Aun con esas dificultades, Europa lidera la inversión global en energías limpias, aprovechando el retroceso estadounidense. Según BloombergNEF, la inversión mundial alcanzó un récord en 2025, con un crecimiento notable en la UE y una caída marcada en Estados Unidos.
Brasil: anfitrión del clima, exportador de petróleo
En noviembre, el mundo mirará hacia Belém, en la Amazonia, sede de la COP30, la cumbre climática de Naciones Unidas. Será un escenario cargado de simbolismo: un ecosistema clave, en un país que promete liderazgo ambiental mientras amplía la exploración petrolera en la desembocadura del Amazonas.
Brasil es, al mismo tiempo, uno de los mayores productores de energía solar y un exportador creciente de crudo. La contradicción es evidente, y pone en duda hasta qué punto las promesas climáticas pueden sostenerse frente a los intereses económicos.
Promesas verdes, prácticas grises
A casi treinta años del inicio de las negociaciones climáticas internacionales, la distancia entre los discursos y las acciones nunca fue tan grande. El planeta sigue dependiendo de los combustibles fósiles que dice querer dejar atrás.
Sin un compromiso real para reducir la dependencia del carbón, el petróleo y el gas -más allá de las cumbres y los comunicados- el futuro energético del planeta seguirá atado a un dilema incómodo: cómo encender el desarrollo sin seguir calentando la Tierra.