Una pérgola perfecta para tu patio o balcón: esta planta da perfume, color y refresca el ambiente

Con flores colgantes, sombra natural y un follaje que baja la temperatura, esta trepadora es una aliada perfecta para espacios urbanos.

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La glicina transforma estructuras simples en espacios frescos y sombreados.

Hay plantas que decoran un ambiente y otras que directamente se adueñan de él, en el mejor de los sentidos. La glicina pertenece a este grupo: no se conforma con aportar un toque de color, sino que transforma por completo la escena.

Cuando sus racimos lilas empiezan a caer como cortinas suaves y el perfume dulce se mete por todos los rincones, el espacio deja de ser un simple patio o una terraza y pasa a ser un lugar con carácter propio, casi una postal.

La glicina, conocida también como wisteria, pertenece a la familia de las leguminosas. En su versión adulta desarrolla tallos leñosos y un crecimiento en espiral que le permite abrazarse a cualquier soporte: pérgolas, columnas, rejas o mallas metálicas.

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La glicina aporta sombra natural y embellece cualquier rincón urbano.

Sus flores son su marca registrada. Caen en racimos largos -a veces de más de 30 centímetros- en tonos que van del lila suave al violeta intenso, y aparecen en primavera con tanta energía que muchas terrazas parecen redecoradas. En los días cálidos, las flores desprenden una fragancia delicada que acompaña sin invadir.

Su follaje tupido cumple es rol clave de generar sombra. La masa de hojas densas forma una especie de aislante verde que filtra el sol directo y refresca el aire. Lo hace mediante la evapotranspiración, ese mecanismo natural que libera humedad y baja la temperatura del aire circundante.

Además, cuando la planta crece con la guía adecuada, forma un cerco tupido que bloquea la vista y aporta privacidad del modo más natural. Pero esta privacidad no es a prueba de todo ya que los racimos funcionan como un imán para abejas y mariposas, así que también aporta vida y movimiento.

Ubicación ideal y cuidados esenciales para que se luzca

La glicina rinde mejor en sitios muy luminosos. El sol directo durante varias horas al día mejora la floración y acelera el crecimiento.

En balcones pequeños se puede cultivar en macetas profundas, con buen espacio para las raíces leñosas. En terrazas, conviene ofrecerle una estructura firme desde el principio: la glicina no es tímida y, si encuentra dónde trepar, avanza con entusiasmo.

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Los racimos colgantes regalan el característico aroma suave de la glicina.

Como sus tallos buscan girar y aferrarse, lo ideal es conducir las ramas jóvenes hacia el soporte elegido. Con ese pequeño empujón inicial se ordena la forma y se evita el enredo. Eso sí, las ataduras deben ser suaves. Basta con tiras de tela o cintas elásticas para sostener los brotes sin estrangularlos.

La poda, estratégica: a mitad del verano se puede hacer un recorte leve de los brotes demasiado largos, lo que permite fortalecer las ramas principales y potencia la floración del año siguiente.

En cuanto al riego, agradece el agua regular en días de mucho calor, siempre con sustrato bien drenado para evitar encharcamientos.

La glicina es una trepadora perenne y de larga vida. Con buenos cuidados puede acompañar décadas, incluso generaciones, ya que sus troncos se vuelven robustos y su forma más escultórica con el paso del tiempo.

Se reproduce por semillas, aunque lo más efectivo es el acodo o los esquejes leñosos: se toma una rama flexible, se la entierra parcialmente sin separarla de la planta madre y, cuando forma raíces, se la independiza. Este método asegura ejemplares idénticos a la planta original y acelera muchísimo el proceso.