Crisis climática y hambre: sequías e inundaciones extremas, dañan la seguridad alimentaria de 700 millones de personas
La crisis climática no solo se mide en grados, también en platos vacíos. Millones de personas enfrentan hoy una inseguridad alimentaria creciente, en tiempos donde el clima redefine lo que comemos y quién puede comer.

Dice un antiguo proverbio chino que "la comida es la necesidad primordial de la gente". Que, traduciendo en latino, sería "barriga llena, corazón contento" o "como, luego existo". Lo cierto es que la seguridad alimentaria no es exclusiva de una zona, es inclusiva y necesaria para la existencia de la vida misma. Y, sin embargo, hay cientos de millones de personas padeciendo hambre.
Mientras en algunos lugares la sequía prolongada exhala el agua de los suelos y reduce la productividad, en otros, lluvias extremas, inundaciones, erosión y destrucción de infraestructuras agrícolas generan pérdidas igualmente severas. Calor extremo, agua que falta o que se desborda, y sistemas frágiles; un combo que amenaza cultivos, comunidades vulnerables y nutrición.
Los sistemas alimentarios en el mundo descansan sobre cuatro pilares: disponibilidad de alimentos, acceso a ellos, uso adecuado (nutrición) y estabilidad temporal. Y el cambio climático los está erosionando desde varias aristas.
El aumento en la temperatura media global, cambios en los regímenes de lluvias y una mayor frecuencia de eventos extremos (sequías más prolongadas, lluvias más intensas, tormentas más severas) están reduciendo los rendimientos agrícolas en zonas vulnerables. Cultivos básicos como el maíz, el arroz y el trigo ya enfrentan efectos adversos.
En los últimos 30 años, se han perdido cerca de 3,8 billones de dólares en cultivos y producción ganadera por eventos extremos. Pero el costo real no es en dólares, es en vidas. Una de cada diez personas en el mundo padeció hambre crónica en 2023; mientras, uno de cada tres menores de cinco años sufre algún tipo de malnutrición (desnutrición, anemia o sobrepeso).
Cuando todo se seca (o se inunda)
Los desastres, asociados a eventos extremos, están provocando daños y pérdidas sin precedentes en la agricultura mundial. En las últimas décadas estos se han vuelto cada vez más severos y más frecuentes: de 100 por año en la década de 1970 pasamos a alrededor de 400 eventos extremos anuales en los últimos 20 años.
Entre los protagonistas tenemos las inundaciones y las sequías, que reducen los rendimientos y la capacidad de producción. Y es que las inundaciones severas no solo arrasan cultivos, sino que degradan la tierra, destruyen sistemas de riego y hacen que el agricultor se quede sin planta, sin semilla y/o sin poder acceder al mercado.
Por otro lado, el aumento de las temperaturas (y menos lluvias) intensifica la evaporación y reduce la humedad del suelo, agotando ríos y acuíferos. Y ahí entra la sequía que, cuando coincide con etapas clave del cultivo, como la siembra o la floración, agravan las pérdidas incluso en áreas con riego limitado.
Según la FAO, en los países en desarrollo la agricultura absorbe hasta el 80 % de todos los impactos directos de la sequía. Entre 2008 y 2018, en países de ingresos bajos y medios, la sequía representó más del 34 % de la pérdida de producción agropecuaria, siendo mayor el impacto en cultivos esenciales como el trigo, el maíz, el arroz y la soya.
Además, el cambio climático está aumentando las plagas y enfermedades, tanto agrícolas como las del ganado, al alterar temperaturas, humedad, distribución de vectores y ciclos biológicos. Como bonus, aumenta las emisiones de contaminantes de corta duración, como el carbono negro y el ozono a nivel del suelo.
Por un lado, el carbono negro, producto de la quema de biomasa, maquinaria agrícola o incendios forestales, agrava el calentamiento global. Mientras, el ozono a nivel del suelo daña los tejidos de las plantas, reduce su capacidad fotosintética y disminuye los rendimientos de cultivos como el trigo, el maíz y la soya.
Y no olvidemos el aspecto humano y social. Si la disponibilidad se reduce y los ingresos rurales caen, el acceso se ve comprometido; y las poblaciones más pobres, con menor capacidad de adaptación, están en la línea de fuego.
Latinoamérica en la mira
Latinoamérica es particularmente vulnerable al cambio climático dada su ubicación, diversidad ecosistémica y presencia significativa de agricultura de secano (sin riego). Según el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC), un calentamiento de 3.5 °C y una disminución del 30 % en la lluvia podrían reducir considerablemente la producción agropecuaria regional.
A ello se suma el aspecto social. Muchas comunidades rurales dependen de cultivos estacionales, poseen infraestructuras precarias y tienen poca capacidad de adaptación frente a la variabilidad climática. Las sequías y las inundaciones no atacan por igual, golpean más fuerte allí donde el contexto social se narra en pobreza estructural, escasos servicios y mercados locales débiles.
En México, la vulnerabilidad agraria frente al cambio climático es muy real. Se estima que cerca del 70 % de la agricultura del país es de temporal (es decir, sin riego) y depende completamente de la temporada de lluvias. Lo que la hace mucho más vulnerable a las variaciones de la lluvia o la temperatura.
Sembrando equidad
Y ahora hablemos de adaptación. Los sistemas de riego, la diversificación de cultivos, el mejoramiento de semillas, la asistencia pública y una infraestructura adecuada son claves.
Pero, ¡OJO!... también es vital la justicia climática. No siempre pagan los que más contaminan. Paradójicamente, quienes menos emitieron gases de efecto invernadero (como muchos campesinos en México) son los que más sufren sus efectos. Y urge actuar en consecuencia.
Según la FAO, para volver la agricultura y los sistemas alimentarios sostenibles y resistentes, se necesitan cerca de 1,3 billones de dólares al año. Y, además, se debe promover la diversidad de métodos agrícolas y la diversidad genética de los alimentos. Y en esto las comunidades locales son esenciales. Ahora, apostar por lo local es apostar por el futuro.
La ciencia ofrece alternativas: mejoras genéticas, sistemas de riego más eficientes, modelación del riesgo, infraestructura resiliente. Y el enfoque humanitario señala que esas soluciones deben llegar donde más se necesitan. El hambre no es solo falta de comida, es el síntoma más visible de un planeta en desequilibrio y, en esa mesa, estamos sentados todos.
Referencias de la noticia
IPCC Sixth Assessment Report: Impacts, Adaptation and Vulnerability. 2022. Working Group II contribution.
Cambio Climático y Seguridad Alimentaria: un documento marco. 2007. Grupo de Trabajo Interdepartamental de la FAO sobre el cambio climático.
Impacts and economic costs of climate change on Mexican agriculture. 2022. Francisco Estrada, Alma Mendoza, Oscar Calderón y Wouter Botzen. Reg Environ Change 22 (126).