Ventanas meteorológicas en los cuadros de Rubens, Bellini o Tintoretto

En los paisajes en miniatura que se ven a través de las ventanas que aparecen pintadas en algunos cuadros, se observan cielos ricos en matices, con una gran variedad de elementos atmosféricos.

El oído
El oído (c. 1617-1618) [pintura recortada por los laterales] Jan Brueghel el Viejo y Pedro Pablo Rubens © Museo Nacional del Prado, Madrid.

Antes de que grandes maestros de la pintura europea como Pieter Brueguel el Viejo (c. 1525/1530-1569) o Joaquim Patinir (1480-1524) elevaran a la categoría de motivo pictórico a los paisajes y estos empezaran a cobrar protagonismo en tablas y lienzos, las representaciones del exterior se limitaban en muchos casos a lo que aparecía pintado en una ventana que el artista incluía en la estancia donde se sitúa la escena, dominada por el personaje o personajes protagonistas.

Si en nuestras visitas a los museos vamos localizando esas ventanas en los cuadros, nos percataremos de que a través de ellas, en esa vista del exterior, se reparte de forma equitativa el espacio donde está representado el cielo (mitad superior) y el correspondiente a la superficie terrestre (mitad inferior).

Pronto nos llamará la atención el detalle con el que están pintados esos paisajes en miniatura, incluidos los elementos atmosféricos, lo que permite deducir que los pintores de aquel entonces, aunque no fueran propiamente paisajistas, eran grandes observadores del medio natural.

Las ventanas interiores del Prado

En la vasta colección de pinturas que atesora el Museo del Prado encontramos varias ventanas con vistas al exterior que presentan cielos interesantes. Un primer ejemplo notable lo tenemos en El oído, pintado hacia 1617-1618, fruto de la colaboración entre Jan Brueghel el Viejo (1568-1625) y Pedro Pablo Rubens (1577-1640).

A través del amplio mirador que domina la estancia, se ve al fondo el Palacio de Mariemont, donde pasaban el verano los archiduques Alberto de Austria e Isabel Clara Eugenia (soberanos en aquella época de los Países Bajos, bajo el dominio de la Corona Española), sobre el que se abate el sombrío nubarrón de una tormenta, que asoma por la parte de la derecha. Fue introducida en la pintura por el sonido que produce (a través de los truenos), que se une al de los pájaros, instrumentos y relojes que aparecen en la escena.

Ventanas en El Prado
Izquierda: El tránsito de la Virgen (c. 1461). Andrea Mantegna © Museo Nacional del Prado, Madrid. Derecha: Santa Bárbara (1438) Robert Campin © Museo Nacional del Prado, Madrid.

En la visita al Prado, tampoco hay que dejar de mirar a través del gran ventanal que domina en la tabla de El tránsito de la Virgen, del gran maestro italiano Andrea Mantegna (c. 1431-1506), pintado hacia 1461. Observamos un cielo azul salpicado por unas nubes alargadas que podemos identificar, en su mayoría, con altocúmulos lenticulares. Estas nubes aparecen en otras obras de Mantegna.

Formado como pintor en Padua, pasó la mayor parte de su vida en Mantua, en la región de Lombardía, con la imponente barrera de los Alpes a sus espaldas. Las nubes de tipo lenticular aparecen únicamente a sotavento de las cordilleras, como consecuencia de la ondulatoria a la que se ve sometido el aire al incidir a cierta velocidad contra un obstáculo montañoso. La cadena alpina, situada al norte de Italia, genera lenticulares con relativa frecuencia, de ahí que las pintara Mantegna, pues las veía cada cierto tiempo.

También encontramos una ventana con un panorama meteorológico interesante en la tabla de Santa Bárbara, del pintor flamenco Robert Campin (c. 1375-1444). Vemos a través de ella un típico cielo primaveral, con cúmulos de gran desarrollo, precursores de tormentas.

Se trata de una clara alusión a la protagonista, patrona de los mineros, artilleros, bomberos y demás colectivos que trabajan con explosivos o fuego. En la tradición cristiana Santa Bárbara es la protectora del rayo, siendo todavía comunes en gente mayor del mundo rural las invocaciones a ella en oraciones y conjuros cuando amenaza tormenta.

Cielos variados tras las ventanas

La visita a cualquier gran pinacoteca suele brindar la oportunidad de localizar ventanas en cuadros y hacer interesantes hallazgos. Me ocurrió en una reciente visita al Museo de Historia del Arte de Viena, en agosto de 2025. Allí está expuesto el cuadro de bella factura Mujer joven en el baño (1515) del pintor veneciano Giovanni Bellini (1430-1516). Su parte de la izquierda está dominada por una ventana, a espaldas de la protagonista.

Mujer joven en el baño
Mujer joven en el baño (1515). Cuadro de Giovanni Bellini. © Museo de Historia del Arte de Viena

Si nos fijamos en el cielo (la mitad superior de la vista), dominan en él unos grandes cúmulos, sobre un fondo que puede ser o no nuboso. Nos entra la duda. No es un cielo azul celeste al uso, lo que invita a pensar en una capa de nubes medias que cubre el cielo, salvo en su parte inferior, donde aparece una franja amarillenta luminosa, sobre la que se recorta una línea de montañas.

Interpretado así, Bellini habría pintado esa pequeña zona libre de nubes, iluminada por el sol, pero tampoco se puede descartar que lo que aparece en esa zona inferior sea un mar de nubes, de tal forma que justo por encima habría un cielo azul raso (de tonalidad menos intensa en su parte inferior que en la superior, tal y como ocurre en la realidad), en el que intercala los cúmulos, con sus características formas globulares y blancura en su parte alta.

Tintoretto y Durero
Izquierda: Retrato de un hombre con armadura (c. 1555-1560) Tintoretto © Museo de Historia del Arte de Viena. Derecha: Autorretrato (1498). Alberto Durero © Museo Nacional del Prado, Madrid.

Terminaremos este recorrido con unos breves apuntes sobre otro par de ventanas meteorológicas en cuadros. La primera la encontramos en el mismo museo de Viena, en el Retrato de un hombre con armadura, pintado hacia 1555-1560 por Tintoretto (1518-1594). Lo más llamativo de esta obra es la bella armadura de acero brillante con remates dorados (documentada en 1540) que lleva el personaje; un joven marino de 30 años.

En un segundo plano, pero no menos interesante, aparece una vista a través de la ventana de la parte izquierda. En este caso, se trata de una escena marina, con un navío de guerra del siglo XVI que navega en una mar oscura, sobre la que se abate un cielo tormentoso, sombrío. La claridad emerge al fondo, por la parte inferior.

Esos celajes algo tenebrosos contrastan con los que el pintor y grabador alemán Alberto Durero (1471-1528) introdujo en su Autorretrato de 1498, mucho más luminosos, con el sello de calidad del artista, tanto en las nubes cumuliformes que incluye en ellos, como por la exquisitez con la que pinta los distintos elementos del paisaje (nieve en las cumbres de las montañas, distintas tonalidades en la vegetación, oleaje sobre la superficie del río o lago…). Estos paisajes en miniatura hablan por sí solos de la calidad pictórica de sus autores.