Hay algo que la inteligencia artificial no puede responder: no sabe qué es una flor
Un estudio revela que la inteligencia artificial no puede comprender qué es una flor porque carece de experiencia directa: no puede oler, tocar ni caminar entre flores como un ser humano.

Puede recitar versos de poetas que escribieron sobre flores, puede enumerar especies y describir la anatomía de un pétalo. Incluso puede generar imágenes que simulan un campo en primavera, pero hay algo que la inteligencia artificial no puede hacer: vivir la experiencia directa de oler, tocar o caminar entre flores reales.
Ese límite, tan evidente para quienes alguna vez se agacharon a aspirar el perfume de un jazmín, se confirma en un estudio reciente publicado en Nature Human Behaviour y dirigido por la Universidad Estatal de Ohio. La investigación, encabezada por Qihui Xu y Yingying Peng, evaluó el desempeño de los modelos de lenguaje más avanzados, como ChatGPT de OpenAI y Gemini de Google, para comprobar si pueden aproximarse a la forma humana de comprender el mundo.
Los investigadores compararon a humanos y a modelos de lenguaje al momento de valorar más de 4.400 palabras, entre las que figuraban términos concretos como “flor”, “calor”, “nieve”, y otros más emocionales como “tristeza” o “humorístico”. Se pidió a ambos grupos que indicaran qué tan fácil era formarse una imagen mental, qué grado de estimulación emocional evocaba cada palabra y cuánta conexión guardaba con la experiencia sensorial.
Los resultados mostraron que, mientras las personas se apoyan en recuerdos corporales —el olor de un jazmín, la textura áspera de un tallo, la sensación de caminar descalzo sobre el pasto húmedo—, la inteligencia artificial no dispone de esa base. Todo lo que sabe proviene de palabras e imágenes que otros crearon.

Ninguna base de datos, por extensa que sea, puede compensar la falta de contacto directo. No importa cuántos textos describan el aroma de un rosal: sin la capacidad de oler, la IA solo hace aproximaciones estadísticas.
El ejemplo de la nieve, el calor y el dolor
Para la inteligencia artificial, la nieve es agua congelada que cae en cristales y cubre el suelo. Puede describir su apariencia blanca, su efecto en el tránsito o su simbolismo navideño.
Sucede lo mismo con el calor: la IA puede explicar cómo se mide la temperatura, relatar las consecuencias de un golpe de calor o detallar los métodos de ventilación. Pero no experimenta el sudor pegajoso ni el alivio al entrar a un ambiente fresco.
Incluso conceptos más íntimos, como el dolor, quedan fuera de su alcance real. En todos estos ejemplos, la carencia de experiencia directa es la frontera que separa a la inteligencia artificial del conocimiento auténticamente vivido.
Una flor es mucho más que una definición
Para una persona, puede ser un símbolo de afecto, un recuerdo familiar, un signo de cambio de estación. Su valor no es solo estético o biológico: está impregnado de emociones, memoria e historia personal.
La inteligencia artificial puede asociar todos esos significados: puede escribir poemas que hablen de la fug

acidad de un pétalo o de la belleza de un ramo, reconocer patrones en imágenes o etiquetar con precisión distintas variedades, pero nunca experimentar el impulso de acercar la cara para sentir un perfume, ni el reflejo involuntario de sonreír ante un color inesperado.
Esa incapacidad de oler, tocar o caminar en un campo lleno de flores es la expresión más clara de su límite. La IA se mueve en un plano simbólico que jamás se traduce en vivencia corporal.
¿Qué pasaría si la IA incorporara sensores?
El estudio de Ohio no descarta que los modelos lingüísticos puedan reducir esta brecha en el futuro. La clave estaría en dotarlos de capacidades perceptivas: cámaras más sofisticadas, micrófonos, sensores hápticos que detecten presión o temperatura, dispositivos capaces de reconocer aromas.
En teoría, si una IA pudiera procesar información sensorial en tiempo real, podría aproximarse a lo que una persona siente. Pero incluso en ese escenario, persisten dudas profundas.

¿Bastará con registrar datos de un perfume para comprender el placer de respirarlo? ¿Almacenar parámetros táctiles permitirá saber qué se siente rozar un pétalo? Para muchos expertos, la conciencia de la experiencia no surge de acumular datos, sino de la vivencia subjetiva, algo que ningún algoritmo ha demostrado poseer.
El conocimiento que no se puede simular
Esta investigación demuestra que, a pesar de sus avances, la IA no puede saber qué es una flor si eso implica olerla al amanecer o tocarla con los ojos cerrados. Y tampoco puede comprender plenamente qué es el frío de la nieve, el calor que agota o la tristeza que encoge el pecho.
Así, mientras la inteligencia artificial seguirá perfeccionando su capacidad de describir, predecir y organizar, hay un territorio que permanecerá ajeno a sus cálculos. El lugar donde la vida sucede con la intensidad irrepetible de los sentidos, donde una flor no es un concepto, sino la certeza de estar vivo.