Terremotos que nunca terminan: detectan daños ocultos en el corazón de la corteza terrestre
Una investigación del MIT desafía la idea de que el suelo se recupera completamente tras un sismo. El estudio muestra que, mientras las capas superficiales de la corteza se curan en pocos meses, las más profundas podrían tardar siglos —o nunca hacerlo.

Cuando pensamos en terremotos, solemos imaginar destrucción: grietas, edificios derrumbados, paisajes alterados. Sin embargo, el verdadero proceso de transformación del planeta continúa mucho después del temblor. Tras un sismo, las zonas afectadas atraviesan un período de deformación post-sísmica, durante el cual la corteza terrestre busca adaptarse a las nuevas tensiones generadas por el movimiento.
Hasta ahora, los geólogos asumían que ese proceso de “recuperación” era relativamente continuo y uniforme. Pero una nueva investigación del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), publicada en la revista Science, revela una historia mucho más compleja.
“Si observas la corteza superficial antes y después del terremoto, no verás cambios permanentes. Pero en la corteza media, los efectos persisten”, explica Jared Bryan, autor principal del trabajo y estudiante de posgrado del Departamento de Ciencias de la Tierra, Atmosféricas y Planetarias del MIT.
El estudio también contó con la participación del profesor William Frank (MIT) y Pascal Audet, de la Universidad de Ottawa.
El caso Ridgecrest: un laboratorio natural
Para analizar cómo se comporta la corteza antes, durante y después de un terremoto, los investigadores se enfocaron en la secuencia sísmica de Ridgecrest (California, 2019), la más intensa en el estado en las últimas dos décadas. Este sistema de fallas “joven” generó dos grandes terremotos —de magnitudes 6,4 y 7,1— y decenas de miles de réplicas durante el año siguiente.
El equipo utilizó datos sísmicos globales, pero eliminó las señales producidas por los propios sismos de Ridgecrest. En su lugar, observaron cómo las ondas generadas por otros eventos alrededor del planeta atravesaban esa zona antes y después del terremoto.

“Lo que para unos es señal, para otros es ruido”, bromea Bryan, en alusión a la reutilización de ese “ruido sísmico” —provocado por olas oceánicas, el tránsito o la actividad humana— como fuente de información valiosa.
Mediante una técnica llamada función del receptor, los científicos midieron la velocidad de propagación de las ondas sísmicas, un parámetro que depende de la densidad y porosidad de las rocas. Esa información permitió construir mapas básicos del subsuelo antes y después del terremoto, revelando una dinámica sorprendente:
- La corteza superficial (unos 10 km de profundidad) se recuperó rápidamente, en cuestión de meses.
- La corteza media, en cambio, no sufrió daños inmediatos, pero empezó a cambiar justo cuando la parte superior comenzaba a “sanar”.
“Lo inesperado fue la rapidez con la que se curó la corteza superficial y la acumulación complementaria que ocurre más abajo durante la fase posterior al sismo”, apunta Bryan.
El misterio de la energía y la “curación” profunda
Comprender cómo se reparan las distintas capas de la Tierra es clave para entender el presupuesto energético de un terremoto, es decir, cómo se distribuye la energía liberada: una parte se convierte en ondas sísmicas, otra en fracturas nuevas y otra se almacena elásticamente en el entorno.
Este balance ayuda a los geólogos a modelar cómo se acumulan y disipan los daños en la corteza a lo largo del tiempo.
Pero el nuevo estudio deja abiertas varias preguntas. ¿Se recupera realmente la corteza profunda? ¿O permanece alterada de manera permanente?
Según los autores, existen dos posibles escenarios:
- Que las zonas profundas se regeneren muy lentamente, en escalas de tiempo geológicas.
- Que nunca vuelvan a su estado original.
“Ambas opciones son fascinantes y ninguna era lo que esperábamos”, admite Frank.
Lo que aún falta por descubrir
El equipo del MIT planea continuar las observaciones para precisar a qué profundidad se hace más evidente este cambio y comparar los resultados con otras zonas de falla más antiguas o activas.
“Quizás en mil años podamos confirmar si realmente se ha recuperado”, ironiza Bryan.
Lo que sí parece claro es que la Tierra no siempre cicatriza sus heridas del mismo modo. Bajo nuestros pies, el planeta continúa adaptándose, lentamente, a los golpes que él mismo se inflige.
Referencia de la noticia
Jared Bryan et al., Crustal stresses and damage evolve throughout the seismic cycle of the Ridgecrest fault zone. Science 389, 1256-1260 (2025). DOI:10.1126/science.adu9116